viernes, 9 de diciembre de 2011

La Autoestima. El poder de elegir


La Autoestima.

El poder de elegir



Cuando actuamos en función de lo que otros puedan pensar sobre nosotros, estamos dando a esas personas un poder excesivo sobre nuestra vida. Los niños y adolescentes tienen  muchos recursos, pero les faltan otros muchos todavía como para ser maduros. Por eso los niños y adolescentes dan mucho valor a lo que otros puedan pensar de ellos. También muchos adultos que no han madurado le dan una suprema importancia a las opiniones que los demás tienen sobre ellos. Actúan en función de lo que creen que les gustaría a esas personas, no en función de su propia opinión, de sus propios deseos o de sus propios sentimientos.



Durante el transcurso de nuestra vida vamos conociendo personas cuya opinión es importante para nosotros. Cada vez que sentimos o actuamos en función de lo que creemos que a ellos les gustaría, estamos perdiendo poder personal y se lo estamos transfiriendo a ellos. También conocerás personas que se interesan por lo que piensas de ellos. Esto te convertirá en un ser poderoso, puesto que la otra persona te estará cediendo una parcela importante de su poder personal y esa parcela de poder sobre él la estarás ocupando tú.



Perdemos poder personal, autoestima, cuando renunciamos a nuestros sentimientos para ganar el favor de otras personas. Perdemos poder personal, porque al ceder a la presión emocional de otras personas, renunciamos a la capacidad de elección. Tener la capacidad de elegir por nosotros mismos nos proporciona poder sobre lo que nos ocurre.



Cuando un niño o un adolescente obedecen una orden impuesta por sus padres y cede ante la presión emocional exterior, su autoestima se resiente, porque el poder sobre lo que le ocurre, la responsabilidad sobre las consecuencias de esa decisión, recae sobre sus padres, no sobre sí mismo. Pierde posibilidades de aprender a responsabilizarse. La función de los padres no es imponer, aunque tampoco quiero decir que no haya que hacerlo a veces. La función de los padres es dar alternativas, presentar opciones para que el hijo o la hija decidan y asuman las consecuencias de sus decisiones.



La función de los padres es dar normas. La función de los hijos, sin embargo, es saltárselas, buscar su propio camino, tomar sus propias decisiones y asumir los resultados de esas decisiones. Si un adolescente siempre obedece, cuando sea mayor se buscará una pareja o un jefe a quienes poder obedecer, será una persona dependiente. Cuando un niño o un adolescente se saltan una norma y aprende a responsabilizarse, a ser consecuente consigo mismo, está aprendiendo a madurar.

Un niño con una autoestima alta es una persona que tiene poder sobre sus conductas y sobre sus sentimientos, es una persona que sabe que nadie puede obligarle a hacer cosas que van en contra de sus valores, que sabe que nadie puede crearle sentimientos, que nadie puede hacer que se sienta triste, avergonzado o con miedo.



Un niño con una autoestima alta sabe que él tiene el poder de decidir sobre sus conductas y sobre sus sentimientos. Sabe que puede decidir sobre la persona que quiere ser, que puede decidir sobre cómo sentirse bien consigo mismo, que puede aprender a elegir sus respuestas conductuales y emocionales por sí mismo, no en función de lo que los demás esperan de él.



Un niño con una autoestima alta sabe que tiene poder sobre el nombre que les pone a sus sentimientos, que puede decirles a las demás personas cómo se siente, que puede luchar por sus sentimientos y que nadie tiene derecho a poner adjetivos a lo que él siente.



Un niño con la autoestima alta sabe que tiene poder para crear sus propios sueños, sus deseos, que puede decidir qué es importante para él, que puede poner en marcha acciones que le llevarán a que sus deseos se conviertan en realidad.



Un niño con la autoestima alta sabe que tiene poder para poner nombre a sus propias necesidades, que puede luchar por ellas y que nadie tiene la capacidad para saber qué es lo más conveniente para él. Sabe que, incluso si se equivoca, tiene la posibilidad de rectificar, de ser flexible, de cambiar, de modificar sus estrategias.



Un niño con la autoestima alta sabe que tiene poder para manejar sus propios sentimientos, sabe que si los acepta, los sentimientos que le hacen sufrir se difuminan y se van. Sabe que cuando perdona, que cuando comprende, que cuando tiene sentimientos de compasión consigo mismo y con los demás, los sentimientos son mucho más manejables.



Un niño con la autoestima alta sabe que tiene poder sobre cómo se relaciona con los demás, que él es el dueño de cómo se siente en la relación con los demás, que nadie puede hacerle sentir nada.



Y si un niño tiene todo ese poder, ¿qué increíble poder tenemos los adultos, que, supuestamente, somos más maduros y responsables?






Cuando actuamos en función de lo que otros puedan pensar sobre nosotros, estamos dando a esas personas un poder excesivo sobre nuestra vida. Los niños y adolescentes tienen  muchos recursos, pero les faltan otros muchos todavía como para ser maduros. Por eso los niños y adolescentes dan mucho valor a lo que otros puedan pensar de ellos. También muchos adultos que no han madurado le dan una suprema importancia a las opiniones que los demás tienen sobre ellos. Actúan en función de lo que creen que les gustaría a esas personas, no en función de su propia opinión, de sus propios deseos o de sus propios sentimientos.



Durante el transcurso de nuestra vida vamos conociendo personas cuya opinión es importante para nosotros. Cada vez que sentimos o actuamos en función de lo que creemos que a ellos les gustaría, estamos perdiendo poder personal y se lo estamos transfiriendo a ellos. También conocerás personas que se interesan por lo que piensas de ellos. Esto te convertirá en un ser poderoso, puesto que la otra persona te estará cediendo una parcela importante de su poder personal y esa parcela de poder sobre él la estarás ocupando tú.



Perdemos poder personal, autoestima, cuando renunciamos a nuestros sentimientos para ganar el favor de otras personas. Perdemos poder personal, porque al ceder a la presión emocional de otras personas, renunciamos a la capacidad de elección. Tener la capacidad de elegir por nosotros mismos nos proporciona poder sobre lo que nos ocurre.



Cuando un niño o un adolescente obedece una orden impuesta por sus padres y cede ante la presión emocional exterior, su autoestima se resiente, porque el poder sobre lo que le ocurre, la responsabilidad sobre las consecuencias de esa decisión, recae sobre sus padres, no sobre sí mismo. Pierde posibilidades de aprender a responsabilizarse. La función de los padres no es imponer, aunque tampoco quiero decir que no haya que hacerlo a veces. La función de los padres es dar alternativas, presentar opciones para que el hijo o la hija decidan y asuman las consecuencias de sus decisiones.



Como decía la semana pasada, la función de los padres es dar normas. La función de los hijos, sin embargo, es saltárselas, buscar su propio camino, tomar sus propias decisiones y asumir los resultados de esas decisiones. Si un adolescente siempre obedece, cuando sea mayor se buscará una pareja o un jefe a quienes poder obedecer, será una persona dependiente. Cuando un niño o un adolescente se salta una norma y aprende a responsabilizarse, a ser consecuente consigo mismo, está aprendiendo a madurar.







LAS LEYES DE LA SUGESTIÓN


Las tres primeras fueron ya descritas por el farmacéutico francés Emile Coué en 1800, y las tres últimas por Weitsenhoffer.

PRIMERA LEY: Ley de la concentración de la atención.
Cuando toda nuestra atención se concentra en una sola idea, dicho de otro modo, cuando hacemos monodeísmo, esta idea tiende a realizarse espontáneamente, a transformarse en el acto. Ello es particularmente cierto en el estado de hipnosis, cuando la sugestión se dirige al inconsciente y han dejado de estar despiertas la atención y, en cierta medida, las facultades críticas del sujeto. Este hecho puede explicar el fracaso de ciertas sugestiones demasiado autoritarias o repetidas de maneta demasiado insistente.


SEGUNDA LEY: Ley del efecto inverso.
Si un sujeto piensa: "Debería hacer tal cosa, pero no puedo hacerla", cuanto más trate de hacer esa cosa menos capaz será. Decía Coué: "La voluntad que tan orgullosamente reivindicamos cede siempre el paso a la imaginación; es una regla absoluta". Hay ejemplos demostrativos de esta ley: cuando más trata un sujeto de dormir, más nervioso se pone y menos lo consigue; podemos caminar sin problemas sobre un tablón de 20 cms situado sobre el suelo, pero somos incapaces de hacerlo si está situado a 200 metros del suelo, ya que pensamos que es imposible y ello hace que realmente lo sea. A veces se encuentran dificultades de este tipo en la inducción del trance hipnótico: cuanto más trata el sujeto de cooperar, más se resiste a nuestras sugestiones. Cuanto más pasivo permanezca, más fácil será la inducción. Se puede utilizar esta ley para la inducción y para la profundización del trance.


TERCERA LEY: Ley del efecto dominante.
Esta ley postula que una emoción fuerte tiende siempre a reemplazar a una emoción débil. Si, por ejemplo, se encuentra usted en una situación en la que el miedo sea más fuerte que la cólera, inmediatamente optará por la huída. Si, por el contrario, la cólera es más fuerte que el miedo, pasará usted al ataque.


CUARTA LEY: Ley de prioridad en el tiempo.
Siendo todas las cosas iguales, cuando se hacen dos sugestiones antagonistas, la que se haya hecho en primer lugar tiene prioridad sobre la otra.


QUINTA LEY: Ley de prioridad de profundidad.
Entre dos sugestiones antagonistas, la que esté asociada a la mayor profundidad del trance es la que se cumple.


SEXTA LEY: Ley de prioridad de penetración.
Entre dos sugestiones antagonistas, la que está más "penetrada" por factores distintos de la profundidad tiene prioridad sobre la otra (por la expresión "penetrada", entiende Weitzenhoffer el grado, la estabilidad, la permanencia de asociación preexistente de esa sugestión que constituye ya unos determinantes de comportamiento).







El cerebro funciona por electricidad.



Así como una bombilla tiene 125 ó 220 voltios y 50 Hertzios (Hz), las neuronas intercambian electricidad, oscilando a lo largo del día dependiendo de la actividad que estemos realizando en ese momento.



En 21 Hz podemos realizar muchas actividades de la vida diaria en las que es necesario utilizar los sentidos.



Cuanto más alta es la frecuencia más nerviosos nos ponemos y más alocada está nuestra mente.

Alrededor de 28 Hz tenemos, incluso, espasmos musculares. Entre 14 y 7 Hz se encuentra la frecuencia de la relajación, de la concentración.



En 7Hz nos quedamos dormidos.



Aquí es cuando nuestro cerebro descansa psicológicamente, mientras que en 4 Hz descansamos físicamente.



La relajación consiste, por lo tanto, en situar nuestro cerebro en frecuencias entre 14 y 7 Hz.

 Nos relajamos físicamente, soltando los músculos de nuestro cuerpo, y mentalmente, centrando nuestra atención en algo.


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